Reconocer a Palestina como Estado, una cuestión de timing

Rodrigo Brión Insua

Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020). 

En Twitter: @Roisinho21

“El timing. El timing, amigo, lo es todo”. Ese es el mantra de mi hermano Víctor Garrido, un hombre que ha basado su filosofía de vida en el timing, en esperar siempre agazapado al momento oportuno. Curtido en el mundo del baloncesto, tal vez fue el parquet el que enseñó al pelirrojo a buscar siempre el segundo preciso, esa milésima exacta en la que el defensor da un paso en falso y tú puedes fintarlo o lanzar a canasta con la parábola justa para que las yemas de sus dedos no rocen la pelotita. El timing, esa cascada de acontecimientos azarosos que tanto te permiten encontrar aparcamiento como al amor de tu vida. Es impredecible, pero está ahí, flotando en el aire. Solo hay que saber ver las señales y, en cuanto aparece, lanzarnos sobre ese instante. Cierto que hay señales menos evidentes que otras. Algunas las llevamos viendo -el que quiere ver- desde hace ya siete meses, desde la primera bomba que cayó sobre la Franja de Gaza.
 

Ayer se cumplieron precisamente los siete meses desde el ataque terrorista de Hamás -no hay otra forma de describir a ese ataque sobre civiles- que precipitó la escalada de tensiones en una Franja que ya siempre ha estado tensionada. La guerra, de una forma u otra, ha sido una constante en en ese territorio del tamaño de Vilalba desde que algunos, echando mano de las sagradas escrituras -los libros que predican la paz acaban siendo los más sanguinarios- utilizaron las palabras de Yahveh para ocupar manantiales, campos, casas y todo cuanto creían que les pertenecía por derecho divino. Porque así lo contaban unos papiros viejos. Porque así lo dispuso Dios. Porque son el pueblo elegido por alguien. 
 

Nada justifica lo que está ocurriendo en Gaza, como nadie puede justificar lo que ocurrió esta misma semana en Rafah, a donde las fuerzas israelíes empujaron durante meses a millones de personas que huyeron de las bombas y la muerte, pero a las que alcanzó el hambre y la miseria más absoluta. Ahora los mandos de Netanyahu vuelven a aniquilar a la población civil con detonaciones día y noche. No importa si cae sobre un hospital, un convoy de ayuda humanitaria o las rudimentarias tiendas en las que se cobijan los refugiados. El petardo cae tarde o temprano, por mucho que desde Tel Aviv digan que avisan y que son “selectivos” con sus objetivos.

 

Y todo ello sucede con el silencio cómplice de Occidente, callado y premiando a Israel durante décadas de continuos abusos inflingidos por el sionismo sobre el pueblo palestino. Más de 34.000 víctimas en estos siete meses de guerra -si es que se le puede llamar así, porque no sería justo decir que la hormiga y la bota están en igualdad de condiciones-, casi la mitad de ellos menores de edad. Una herida que no cicatrizará jamás en el corazón del resto de pueblos semitas, en todos esos niños que crecerán entre el horror que los acompañará el resto de sus vidas en las que, lícitamente, el odio será uno de sus motores. 
 

Hay algunos -pocos- momentos para creer que existen alternativas. Las palabras de Guterres, de Borrell e incluso de Pedro Sánchez, con gira internacional buscando aliados que se sumen a la causa, siendo diplomáticos pero solidarios con Palestina, abogando por la solución de los dos Estados, abren la puerta a un armisticio, toda vez que el chance para ser radicales y taxativos en la postura contra Israel ya se perdió. En el lado contrario está la tibieza del Partido Popular que pide al Gobierno de España algo así como “paciencia” en su gesto mientras siguen muriendo a diario niños y niñas en Gaza. “Yo no le digo que no reconozca el Estado palestino, le digo que no lo haga solo”, enmendó hace un mes Feijóo. 
 

De modo que, volviendo al timing, solo queda preguntarse: ¿cuándo será el momento adecuado para descruzar los brazos? ¿Cuando ya no quede piedra sobre piedra en Gaza? ¿Cuando las bombas empiecen a caer sobre Cisjordania? ¿Cuando todo ese odio que ha germinado en Gaza florezca en Europa y la próxima intifada sea en el Viejo Continente? ¿O tal vez cuando ya no quede ni un solo palestino al que reconocer? ¿Será entonces cuando llegue el momento ideal para distinguir a Palestina, cuando ya no haya ni un solo habitante al que dar nacionalidad en ese nuevo Estado con miles de años de antigüedad? Asistimos a un genocidio televisado, pero seguimos esperando una señal definitiva que nos diga que es el momento adecuado para intervenir. Hemos dejado pasar las oportunidades durante décadas, durante más de medio siglo, pero todavía confiamos en que la ocasión propicia caiga del cielo como maná. Como una bomba. Bueno, tal vez esta no haya sido la mejor analogía. O sí. Cuestión de timing.  


 

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