#Claves de la semana

Más de 20 años después del Prestige, ¿qué ha cambiado?

Resulta difícil olvidar el terrible impacto ecológico que tuvo el desastre del Prestige en 2002, agravado por una gestión nefasta de la crisis que multiplicó el área afectada por el derrame de petróleo en las costas gallegas. Han pasado más de 20 años desde aquel incidente, cuyas consecuencias ecológicas siguen estando presentes en el ecosistema marino, y cuyas lecciones no han sido del todo aprendidas por la industria.


 


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Contenedores de chapapote del Prestige en la antigua mina de Touro en 2004
Contenedores de chapapote del Prestige en la antigua mina de Touro en 2004


 

Un informe de Greenpeace ya alertó de la persistencia de este tipo de combustible en el ecosistema hace varios años, y sorprende que no se hayan realizado más análisis sobre el desastre ecológico del Prestige en lo sucesivo. Desde algunos sectores da la sensación de que simplemente se ha implementado una política de olvido, cuando en realidad una catástrofe de este tipo debería ser muy tenida en cuenta en los centros de decisión.

 

¿Cuál fue el impacto ecológico del Prestige?

El derrame del Prestige causó la pérdida de miles de moluscos, equinodermos, crustáceos y peces por los efectos directos del crudo, y dañó de forma severa el lecho marino, que no se ha recuperado por completo desde entonces. Se hace necesario realizar informes más exhaustivos para poder determinar el alcance del daño, que quizá nunca llegue a cuantificarse del todo porque, sencillamente, no había demasiada información previa desde la que partir.

 

Los análisis de valoración química realizados en la zona han mostrado la presencia del crudo en el área décadas después del accidente, y previsiblemente lo seguirán detectando en los próximos años. Esto no solo afecta de forma muy directa a industrias como la pesca o la recolección de mejillones, sino que además también puede condicionar la futura instalación de desaladoras en la región.

 

Aunque las playas gallegas parecen haber recuperado su aspecto original, el ecosistema marino es mucho más complejo de lo que podemos percibir a simple vista. El daño de un derrame de petróleo es especialmente severo en estos ecosistemas, lo que dificulta su recuperación, y envía importantes señales de alarma que deberían habernos hecho replantearnos el estado de la industria petrolera en su conjunto hace ya más de 20 años.

 

Muy poco ha cambiado en la industria desde entonces

Al margen de algunas escasas medidas de prevención como la obligación de incluir algunas mejoras en el casco de los buques petroleros que circulan por nuestras costas, la industria petrolera prácticamente no ha cambiado en nada desde aquel desastre. Incluso la industria automovilística continuó optando con fuerza por los vehículos de combustión hasta que se vio obligada a desarrollar vehículos eléctricos para poder competir ante la irrupción de Tesla.

 

En España, incluso se llevaron a cabo sondeos de Repsol en aguas de las Islas Canarias –un auténtico paraíso natural– en busca de petróleo y gas, en contra del deseo generalizado de la población del archipiélago. Cabe recordar, además, que las Islas Canarias también han sufrido derrames de petróleo en sus costas –aunque en mucha menor escala que el Prestige–, como atestiguan los restos del barco encallado Telamon en Lanzarote.

 

Ni siquiera las consecuencias cada vez más acuciantes del cambio climático están impulsando una renovación de la industria energética lo suficientemente contundente en España. España, además, es uno de los países que se verá más afectado por el calentamiento global, así que la apuesta por los vehículos eléctricos y el cierre de las instalaciones de refinado de petróleo deberían ser prioridades claras a corto plazo en nuestro país.

 

El calentamiento global acelerará la transición energética

La necesidad de renunciar al petróleo como fuente de energía para el transporte a nivel global resulta cada vez más evidente, y, de hecho, los principales países exportadores de crudo –a excepción de Rusia, que sigue anclada en unas políticas más propias del siglo pasado– llevan años adoptando medidas de diversificación económica para prepararse ante lo que se espera que sea un descenso cada vez más acentuado en la demanda de petróleo.

 

Los Emiratos Árabes y Qatar son dos de los mejores ejemplos. Ambos países han invertido fuertemente en constituirse como destinos turísticos de primer nivel mundial, en grandes hubs aeroportuarios, y en importantes centros financieros. Arabia Saudí también les está siguiendo la estela con su apertura gradual hacia Occidente y con la construcción de la nueva ciudad inteligente de ‘The Line’, alimentada únicamente por energías renovables.

 

Los avances en la fabricación de baterías de alto rendimiento para los vehículos eléctricos están favoreciendo especialmente su distribución en el mercado, donde destaca la fuerte inversión de China y el auge de fabricantes como BYD o, más recientemente, Xiaomi. La industria automovilística europea va a la zaga a pesar de haber contado con décadas de ventaja en el sector. Por fortuna para el clima, un futuro eléctrico se antoja inevitable a nivel global.


 

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